Después de toda esa cascada de emociones que ha surgido esta tarde, ahora me siento como si estuviera vacía. O como si una bola invisible se estuviera haciendo más y más grande y cuando explote el mundo deberá prepararse para mi cólera. Sí, es probable que sea algo más parecido a esto segundo, pero por ahora voy a autoengañarme un poco y pensar que después de tanta rabia y tantas lágrimas ya no hay nada más. Porque él no quiere volver conmigo. Ni le hizo falta pensárselo, lo tenía claro como el agua. Y yo solo pensaba en besarle. En abrazarle. En sentir su puñetero calor. En estar en la cama a su lado y oírlo roncar. No ha cambiado tanto, después de todo. Porque sus bromas siguen siendo las mismas. Su forma de responder es igual. Ni siquiera ha cambiado su tic. Y yo no hacía más que llorar y reír a la vez y así no hay quien mantenga una conversación adulta. Me duelen los nudillos de arañarme. Me duelen los ojos de llorar. Me duele la cabeza de pensar. Me duele el corazón... supongo que de tener tanto sentimientos contradictorios dentro. No le he contado lo de Sebas, no sé si Nefestifre le contaría algo pero no me sentí con fuerzas. Quería hacerlo, joder, quería ponerlo celoso y que pareciera que lo había superado porque, hostias, estoy enrollada con otro chaval. Pero resulta que me importa lo que piense de mí. Me importa que pueda pensar que, precisamente por creer que lo he superado, no quiera volver conmigo, y está claro que igualmente no quiere volver.
Estaba muy guapo.
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