Y pasó.
Y yo comparo.
Y me rallo. Vaya si me rallo. O rayo. Aún no lo tengo muy claro.
Pasó por insistencia, porque no podíamos salir de esa fría casa y que tú aún fueras virgen. ¿Que si me arrepiento? No. ¿Que si lo habría pospuesto? Pues quizás.
Todo me recordaba a esos momentos previos a un examen. Quieres que pasen las cosas y a la vez no quieres que llegue el momento de la verdad.
Caótico, frío, incluso un tanto decepcionante. Y, de repente, todo funcionó. No tengo muy claro el porqué, no tengo muy claro el cómo pero el caso es que de repente fue todo (casi) como la seda.
Aun así hay algo que me crispa, que no me termina de encajar, y no consigo averiguar qué es. Quizás los treinta segundos. Quizás tu negativa a darme cariño después. Quizás los tres intentos previos.
Probablemente el hecho de que no consigo dejar de pensar que fuimos allí para eso, no que eso surgió como consecuencia de haber ido. Te vestiste y me diste un abrazo. Te pusiste a fregar y yo solo quería seguir abrazada a ti desnuda en el sofá. Tengo la estúpida sensación de que lo nuestro fue coger las peores versiones del sexo espontáneo y el anticipado y juntarlas. La presión del anticipamiento, la frialdad de la rapidez.
Sé que es una tontería, como todo lo que escribo en este maldito blog, y quiero volver a hacerlo, una y mil veces más, pero quiero disfrutar yo también y quiero que entiendas que para mí el sexo no es solo sexo, que ahora has creado un vínculo más intenso entre nosotros y probablemente no seas consciente de ello, pero para mí esto es muy importante, tengo la impresión de que más que para ti.
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