Te dije que te quería. No me respondiste. No me importó. Y he aquí el quiz de la cuestión.
No te lo dije esperando una respuesta, sólo tenía la necesidad de decírtelo, y me daba exactamente igual lo que hicieras al respecto. Te quiero. Y no me importa decirlo porque es la puñetera verdad. Te quiero por hacerme sentir bien, por hacerme salir de mi círculo vicioso de amor no correspondido, por darme una oportunidad y no irte cuando todo parecía desmoronarse.
Por, básicamente, ser mi zona de confort.
Y es que esto puede sonar a tontería, pero todos debemos tener una zona de confort. Para algunos es su cuarto, para otros el lugar donde hagan deporte, para otros la calle. Pero yo, en estos últimos meses, no era capaz de encontrar la mía. Mi casa se convirtió en un lugar plagado de recuerdos centrados en mi cuarto, me siento mal solo de estar aquí. Estar con mis amigos era ver mi pasado en el presente, me lo paso bien con ellos pero no puedo encontrar prácticamente nada en común con ellos, solo nos une el mero paso por el mismo instituto y el cariño incondicional que ello suscita.
Y, de pronto, apareciste tú. Y me escuchaste. E intentaste entenderme. Y me seguiste el rollo cuando eso era lo único que necesitaba. Y, de pronto, me sentí tan a gusto contigo a mi lado que todo lo demás me dio igual. Es peligroso, lo sé, puedo hacerte mucho daño y no quiero hacerlo, puedo echarlo todo a perder y me encontraría al borde de la desesperación. Pero no quiero parar lo que sea que esté pasando, no quiero arriesgarme a que todo pueda acabar aunque sea tan tonta como para sentirme fatal por el hecho de echarte de menos, porque me asusta que puedas querer más y yo no esté preparada... o al revés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario