
Todas las nochebuenas son iguales. Cada año se cena en casa de la abuela o de alguno de los tíos (ya que todos viven en la misma calle va rotando y cada año toca en una distinta). Nos juntamos treinta personas a cada cual más bruta y chillona para comer mucho marisco o, en mi caso y el de los menores de veinte años, filetes empanados con ketchup y mayonesa. Después toca sesión de villancicos mal cantados (y como consecuencia, hoy ha llovido) y charlas extrañas entrecortadas porque cada cinco segundos salta alguien interrumpiendo a gritos al que está hablando, o a Jacinto borracho perdido mirándome a loz ojoz y diciéndome que tenga cuidado con los chicos...
Pero esta vez ha sido distinto. Quería pasar una noche normal con mi familia, pero por un momento tuve la sensación de que faltaba algo. Alguien. Unos cuantos más y habría sido perfecto, pero no estaban. Faltaba familia. MI familia. Mía y sólo mía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario