Ya no sé si es el frío. Las horas de luz. El aislamiento. Echarte de menos. No sé qué es lo que está haciendo que me sienta así. No te puedo escribir y me pregunto qué pasará el 19 de febrero, el siguiente gran evento en nuestro calendario: tu cumpleaños. Después de las navidades y de las lágrimas y de aquella conversación y del regalo me pregunto qué prefieres. Porque tengo la extraña sensación de que preferirías que no te dijera nada para evitarte el compromiso de tener que responderme. Y bueno, sería lógico después de todo. Pero me aferro a mis recuerdos y a tus gafas y a tus rizos en un intento desesperado de sentir que aún nos pertenecemos, que diez años son muchos años y que conformarme con tomar una cerveza no es suficiente. Pero sé que eso sí es lo que tú quieres, o al menos lo que querrás cuando decidas dejar de fingir que no existo y que plantearme viajar de nuevo contigo o ver siquiera a tus padres una vez más se sale de lo que quieres ofrecerme esta vez. Y me tiene que bajar la regla y no veo el sol desde hace una semana y hoy te echo de menos. Más que de costumbre. Pero me meto mis palabras por donde me quepan y mi dolor seguirá siendo mío mientras me haces salir del Evoland 2 para jugar al Monster Hunter cuando solo me queda un logro para conseguir el 100%. Oh, qué bien me ha venido tener una distracción en forma de videojuego pero eso, todos lo sabemos, no es una solución permanente. No, no creo que te felicite. Por primera vez en diez años no creo que lo haga. Has cambiado. Y eso está bien, aunque se haya llevado nuestra relación por delante. Suele pasarme.
lunes, 17 de enero de 2022
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