La yema de mi dedo índice se posa sobre mi labio mientras intento observarte de nuevo. Un vídeo era todo lo que necesitaba, un vídeo de hace muchos meses para volver a caer en la tentación de quererte. Noto cómo la cara me hierve y las palmas de las manos me sudan. La impaciencia puede conmigo y el vídeo no quiere reproducirse, sólo muestra una imagen estática de un chico con un instrumento musical. No hay música, no hay movimiento. Solo él y su inexpresividad. Miro sus labios y muerdo los míos intentando recordar a qué sabían tus besos. Esos labios me pertenecieron en algún momento de la línea temporal, algún corto periodo de tiempo que se pierde entre nuestras vidas y nuestra ausencia de contacto. Pero fue un periodo de tiempo entretenido, distinto a cualquier cosa que haya pasado después, idealizado quizás. No me importa, solos tú y yo en mi memoria y no necesito nada más para que mi imaginación vuele y decida que ha llegado el momento de ser feliz a manos de un recuerdo. Porque al fin y al cabo es así como me siento, feliz con tu media sonrisa, tu piel galleta tostada y tus rizos. Jamás necesité nada más, el problema es que no me di cuenta hasta que fue demasiado tarde.
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